ALPES: Territorio Mont Blanc

Hoy ha salido un día acojonante, no se ve una sola nube. Como la jornada en lo ciclístico va a ser dura, con más de 5.000 metros de desnivel acumulado previstos, me preparo un desayuno de esos que solo se hacen para las grandes ocasiones, con un platazo de espaguetis impresionante después de volver a ser persona tras un buen café bien cargado. Acompaño de postre con una buena macedonia de frutas y unos buenos tacos de queso viejo de oveja que me he traído para toda la semana. Estoy con los depósitos a tope.

La subida a la Signal de Bisanne, por esta vertiente de Villard sur Doron, es bastante exigente, pero siempre con una pendiente mantenida y sin ninguna rampa reseñable. Una buena preparación para el resto de la jornada.









A medida que se va ganando altitud, las vistas de las cumbres próximas de toda la cordillera son increíbles.










Pero es a falta de kilómetro y medio, al tomar el desvío a la cumbre en vez de seguir hacia el Col des Saisies, cuando el más importante pico de todos hace su aparición: el Mont Blanc.













Las vistas desde este enclave privilegiado son inmejorables y el precioso día que hace invita a quedarse por más tiempo, pero me marcho a Beaufort para dar buena cuenta de otro de esos objetivos importantes que el año pasado había dejado aparcados: el Cormet de Roselend.



En el Big sitúan en Albertville el comienzo de este puerto, dándole una longitud total de 39km. Pero donde realmente comienzan las hostilidades es en Beaufort. La primera mitad de puerto, con pendientes cómodas siempre, que se mueven entre el 6% y el 9%, no tiene nada que invite a pensar en la maravillosa subida de que se trata.











Es al llegar al Barrage de Roselend cuando los sentidos se desbordan. El paisaje de montaña, de alta montaña, se muestra ante nuestros ojos con una belleza deslumbrante.










Un tramo de pausa, para disfrutar del maravilloso embalse, da paso a la continuación de la subida remontando la ladera rocosa que nos lleva a un paso natural entre dos moles. Esta zona es increíble pero, tras superarla, el paraíso natural es ya demasiado. Decenas y decenas de montañeros pululan por las campas, chapotean en los charcos, descienden de las laderas, ...










En la cima, coincido con un par de cicloturistas que vienen de la otra vertiente. Las caras de satisfacción y las miradas cómplices son propias de un puerto de semejante belleza. Cuesta abandonar un paraíso como este.




Con mucha pena, desciendo nuevamente hasta el embalse para tomar el desvío que me lleva al Col du Pré, previo paso para llegar al Cormet d´Arêches. La carretera del embalse está petada de gente caminando con la cámara de fotos echando humo en las manos.




El Col du Pré por esta vertiente es un minipuerto. La realmente interesante es la que voy a descender, pero las vistas que se aprecian por este lado son inmejorables. Incluso se divisa el Mont Blanc desde el mirador que hay junto a un restaurante.

















¡Pero qué bonito es todo! Corono el Col du Pré con la ilusión de quien espera encontrarse con otro paraíso en la cara opuesta.




La primera parte de la subida al Cormet d´Arêches, lógicamente, la hago en descenso pero, para tener ordenadas las fotos, antepongo unas pocas de esta parte inicial que hice en bajada.







Una vez pasado el desvío del Col du Pré, se continúa la ascensión hasta llegar a la parte más bonita: el Barrage de St Guérin.








Allí hay una bifurcación y me equivoco al tomar el camino descendente que lleva al embalse. Hay un montón de gente en la orilla, coches aparcados, ..., y caigo en la cuenta de que estamos en fin de semana y que los domingueros lo abarrotan todo. Cuando estoy de ruta viajera llego a perder la noción del tiempo y no sé ni en qué día estamos.



Retomo la subida por el otro camino, pero el asfalto se termina. Ya sabía de antemano que esto iba a ser así, pero no me esperaba semejante pedregal. Los 4x4 suben y bajan, incluso algún turismo se aventura por la pista pero, tras tener que ir andando un largo trecho arrastrando la bici, decido que no es plan y que hasta aquí hemos llegado porque es muy incómodo subir así solo con las zapatillas de bici como para tener que hacerlo además arrastrando la montura.







Una lástima no haber llegado al Cormet d´Arêches, porque el paraje prometía, pero desciendo hasta Beaufort para volver a pasar el Cormet de Roselend, esta vez en coche. ¡Es una pasada!

A Aimé llego a media tarde con la subida a La Plagne como último objetivo del día. En una rotonda, en un aparcamiento muy amplio, dejo el coche. Me esperan 20km de dura ascensión.




La carretera es magnífica, con tramos recién asfaltados, pero un tanto sosota. Los kilómetros se van sucediendo y gracias a los mojones característicos de esta región los voy restando poco a poco del total.









Se llega a La Plagne, no sin esfuerzo. La subida se hace realmente dura. Pero el premio no es mucho. Se corona ... ¡¡en un centro comercial!! No me gustan nada estos finales en localidades que nacen al amparo de una estación de esquí.










Desciendo a una velocidad de vértigo por tan buena carretera y, como el aparcamiento de la rotonda está un poco apartado y no estoy nada más que yo, me preparo la cena allí mismo. Poco después, me dirijo a mi próximo destino italiano: Susa.

Para llegar allí debo pasar dos puertos. El primero de ellos es el magestuoso Col de l´Iseran. El año pasado me pareció de otra galaxia, pero esta vez no me ha llamado tanto la atención. Es lo que tiene tener más recorrido, que relativizas las cosas mucho mejor.

A falta de tres kilómetros para la cima me encuentro con un ciclista ¡¡¡negro!!!, creo que el primero que veo en mi vida. Va a una velocidad increíblemente lenta, sufriendo como un cerdo, retorciéndose a cada pedalada. En 100 metros soy consciente de todo y me detengo a esperarle. Son casi las 21:00 horas y en un cuarto de hora ya no habrá luz y a ese ritmo no llegará a coronar de día. Además, me he fijado en que no lleva luces y véte tú a saber hasta dónde tiene que llegar.

Me pongo a andar junto a él y me cuesta hacerlo tan despacio. Sin que pare, le pregunto Do you speak english?, a lo que me contesta que es inglés. Le ofrezco ayuda para llevarle a donde sea en cuanto consiga coronar, pero tan solo va a la cima del puerto, ya que allí le espera su chica con el coche. Justo en ese momento, aparece ella y ambos me agradecen el detalle de pararme. Son muchas las ocasiones en las que yo mismo he estado en un estado lastimoso sobre la bici y habría dado cualquier cosa por que parase alguien y me llevara.

Me habría gustado verle coronar el coloso y premiar su esfuerzo con un aplauso, pero entiendo que el sufrimiento requiere de un espacio más íntimo, así que prosigo viaje ya casi oscureciendo. Tanto, que a poco de pasar Lanslebourg decido parar a dormir porque no me quiero perder la vertiente del Col du Mont Cenis que no voy a subir mañana.

Italia me espera.

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