De la montaña a la ciudad

He dormido en el cementerio de Campomanes y a eso de las 05:00 me ha despertado la lluvia. Consigo volver a cerrar los ojos y retomar el sueño pero la subida de hoy peligra. No me apetece subir a La Cubilla para no ver nada, máxime cuando ya me lo conozco de memoria. A eso de las 09:30, bajo un sirimiri nada molesto, me animo a tirar para arriba con la esperanza de que solo sean nubes bajas y que, en la cima, tenga la posibilidad de disfrutar de un manto blanco en el fondo del valle.




Hasta pasar Espinedo, en los primeros seis kilómetros de subida, casi inapreciables a excepción de algún que otro repechín, me sigue chispeando, pero cesa por completo en cuanto dejo atrás todas las obras de los túneles del AVE.





La carretera se estrecha y la subida gana mucho atractivo. De hecho, el inicio casi no se puede decir que sea un puerto y, las continuas imágenes de obras, afean mucho el paisaje.






Voy ganando altitud poco a poco y se ve que la niebla espesa según me acerco al alto. La subida se mantiene en porcentajes cómodos, muy constantes en los casi treinta kilómetros de que consta este largo puerto.




La morfología del valle hace que la niebla se mantenga recogida en él y, la aparición del sol y el calor que se nota que aprieta, la van levantando levemente. Esto provoca que mi ritmo de ascensión y el suyo coincidan y que no vaya a ver un carajo hasta llegar al alto.







A estas alturas, ya no me importa. Me voy a quedar sin buenas fotos pero disfruto del precioso entorno de otra manera.












Al pasar Tuiza, la última población de La Cubilla, la niebla se hace mucho más densa y ya no se ve más allá de unos pocos metros. Algún que otro coche que baja se encuentra conmigo de sopetón, así que tengo que ir con cuidado para que no me lleven por delante.









A un par de kilómetros para coronar, se intuye el sol y el claro del cielo. Tengo la esperanza de poder disfrutar de alguna vista tras la barrera de la cima.




Y así es. La vertiente asturiana acumula toda la niebla y la leonesa se encuentra totalmente despejada. El día me ha secuestrado las mejores vistas del lado norte pero aún puedo disfrutar de las praderas del sur.



Es pronto y no tengo mucho plan para hoy, así que me bajo hasta el refugio en donde termina la carretera y comienza la pista que se dirige a Torrestío. Inicialmente, tenía idea de hacer una circular y regresar a Asturias por Pajares, para acabar subiendo Cuitu Negru, pero para no ver nada lo dejo para otra ocasión.






Llego al refugio con idea de quedarme a comer en él, pero no dan menú tan pronto y, además, el precio ya no es tan barato como lo era antes. Mejor como en el Hilton en cuanto baje a Campomanes, o camino de Oviedo para subir el Naranco esta tarde.



Justo cuando me voy a machar, llegan dos beteteros con alforjas por la pista de Torrestío. Charlamos un rato sobre el estado de la misma y me dicen que está peor que la de La Farrapona por la que han descendido a primera hora de esta misma mañana. Se me cae el plan de hacer esta circular con la de carretera y ya pienso en hacer algo con la de montaña por esta zona en un futuro próximo.



El regreso al paso de La Cubilla me deja una imagen interesante. Voy a introducirme, literalmente, en una nube densa que se está tragando la montaña.



En el descenso de La Cubilla termino empapado por la densa niebla y llego abajo temblando de frío. Son muchos kilómetros de descenso continuado y, a pesar de haber subido con chubasquero, el contraste térmico hace pupa.

Me salgo de la A-66 a pocos kilómetros de llegar a Oviedo y encuentro un buen sitio apartado para poder comer tranquilo. A eso de las 16:00, aparco junto al Palacio Municipal de Deportes de la capital asturiana para iniciar la subida al Naranco.




El inicio entre calles esconde alguna que otra rampa durísima, cercana al 20%.



Luego ya se templa la cosa y la pendiente se vuelve mucho más cómoda. Son casi siete kilómetros hasta el Cristo, casi siempre manteniéndose sobre el 6%.





El mayor atractivo de esta archiconocida subida recae en las amplísimas vistas que se obtienen de toda la ciudad.





Y en unos monumentos prerrománicos que se encuentran petados de turistas. Mientras saco una foto al primero de ellos, oigo que me llaman. ¡Joseba, ¿eres tú?! El mundo es un pañuelo y coincido con unos ex-alumnos míos con los que comparto un buen rato de charla.





Continúo con la subida y las vistas son cada vez más y más amplias. No es un puerto espectacular pero sí muy interesante.






Toda esta gente ya debe estar a los postres de una larga sobremesa. El olor a parrillada que emana de varios restaurantes con buenos miradores es una pasada.





Ya se veía desde abajo, pero ahora aparece mucho más cercano el objetivo final de la subida.



En el sexto kilómetro, se hace cima en el Naranco. Las pintadas del suelo dejan claro que se trata de una subida muy utilizada en carreras ciclistas de la zona.



Pero queda poco más de un kilómetro para llegar a la segunda cima de esta subida. Un pequeño descenso nos deja en la rampa final que se mueve, como casi todo, entorno a un 6%.







En el mirador hay bastante gente y muchos coches aparcados. Casi hay que pelear para hacerse un hueco y poder sacar un par de fotos limpias.






Bajo la atenta mirada del tipo este de los brazos abiertos, doy por concluído mi pequeño stage asturiano. No ha habido mucho nuevo, pero sí mucho bello.

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