BIHUBI 3: Plan - Barbastro

No haber pegado ojo en toda la noche me ha dejado hecho polvo. Amaia me ha pasado el parte meteorológico para hoy y dan fuertes tormentas en Pirineos para esta tarde así que, uniendo esta información al sueño que tengo, decido dejar las subidas opcionales de Benasque y tirar para el sur en cuanto acabe el puerto de Sahún. Para mi sorpresa, a unos metros de donde he dormido, me encuentro con un camping, lo que me podía haber ocasionado algún problema con las autoridades, si me llegan a pillar.



A mano izquierda voy dejando la subida a Serveto de infausto recuerdo para mí. Su primer kilómetro me resultó durísimo cuando lo subí hace unos años.


Abajo va quedando el cauce del Cinqueta mientras voy ganando altitud poco a poco. El puerto de Sahún tiene comienzo oficial en Plan pero se tira unos kilómetros antes mirando para arriba.


Unos cuantos túneles anteceden la llegada a la remota población oscense famosa por aquella caravana de mujeres que tuvo lugar en la década de los 80.


En cuanto se pasan los túneles, el paisaje cambia de forma brusca y aparecen las verdes campiñas rodeadas de montañas, las más altas de los Pirineos.


Me he quedado sin agua en el desayuno y busco una fuente. Un lugareño parco en palabras me indica la posición de una con el agua bastante calentorra ya de buena mañana.


Atravieso el cauce del Cinqueta y comienza la subida de tierra. Es el objetivo principal del viaje y para esto me he venido en la BTT, aunque las ruedas rodadoras no van a ser la mejor tracción en este terreno.


Pasé en coche hace unos años y recuerdo lo mal que lo pasamos, con las piedras golpeando continuamente los bajos y dando botes y botes todo el rato.


Son casi mil metros de desnivel los que tengo que salvar tirando del lastre de las alforjas y, como la etapa no encierra más dificultad que ésta, me lo voy a tomar con mucha calma y voy a disfrutar de la mañana.


Dejo atrás este pequeño mirador sobre el valle para no tener grandes vistas hasta la parte final del puerto. La subida transcurre, casi en su totalidad, por bosque cerrado y solo en algunos claros se puede disfrutar de la belleza del entorno.


Son doce kilómetros al 8% que se hacen duros en condiciones normales, así que con BTT y alforjas ni te cuento. Pero como me he hecho a la idea ya de salida, voy haciendo tarde lo que tarde.


Hay alguna que otra zona en las que las piedras son de mayor tamaño pero se pasan bien siempre que estén fijas. Lo peor son los tramos con pequeña gravilla que me hace muy inestable la bici porque las ruedas que llevo no son las adecuadas para esta superficie.


De mitad para arriba, afortunadamente, hay muchos tramos de descanso. Esto hace que las rampas también sean más fuertes pero casi lo prefiero a la monotonía de un 8% constante.


A unos dos kilómetros del final, un pequeño collado abierto me hace creer que estaba ya en el alto. Al llegar a la curva y ver que continúa, pues claro, ¡vaya bajón!


En una parte especialmente complicada, por pura cabezonería, en vez de echarme a andar intento seguir sobre la bicicleta que me patina la rueda trasera sobre una piedra y me lleva al suelo. No me hago nada pero, para la próxima, pongo las patas y a caminar. Es por estas cosas que prefiero el cicloturismo de carretera al de montaña. No disfruto nada mirando todo el rato para el suelo.


Parece que como premio, el puerto concluye sobre pista hormigonada para poder dejar de mirar al puto suelo y para disfrutar de los tres miles que asoman por todas partes.


Desde el puerto de Sahún se tiene una visión magnífica del monte Perdido aunque, en esta ocasión, es el único tímido escondido tras cuatro nubes.


No ocurre así con el Aneto hacia la otra vertiente, que luce perfecto con sus neveros perpetuos. Muy a mi pesar, el hormigón no dura mucho y volvemos a mirar más al suelo que a otra cosa.


En la bajada, las vistas del valle de Benasque son perfectas, con el Posets y la Maladeta, que dan nombre al parque natural, luciendo con brío.


Sigo enfrascado en un lento descenso cuando me topo con un ciclista de la zona que sube y con el que tengo una conversación muy maja sobre los puertos de la zona.


A medida de que voy llegando a Chía, el calor empieza a hacerse insoportable. No hay ni punto de comparación con la temperatura que teníamos en Francia en la mañana de ayer.


Encuentro una fuente y me paro a comer junto a la iglesia de Chía. Es mi tercera jornada y, aunque me he traído comida para los seis días, veo que no me va a llegar y que tendré que hacer acopio de víveres en Huesca.


Prosigo viaje descendiendo por el Congosto de Ventamillo, uno de esos desfiladeros guapos que tiene el pirineo oscense. El río Ésera será mi compañero durante unos cuantos kilómetros. 


A medida que voy acercándome a los llanos, aparece el que será mi compañero de viaje de verdad: el fuerte viento. Voy por terreno favorable y casi no avanzo. Empiezo a temerme lo peor.


Este fuerte viento, para más inri, es tórrido y me deja seco en unos metros. Voy llenando agua en cada pueblo que paso pero apenas me aguanta un par de kilómetros en plan potable.


Mientras tanto, el curso del río se ensancha y empiezo a sentir una envidia exagerada de los grupos que me encuentro haciendo rafting. Y yo con el kayak aparcado en casa con lo bien que estaría allí navegando por mi ría y estando a la fresca.


Aturrado de tanto calor, muy por encima de los 30ºC, encima voy y pincho una vez pasada la localidad de Santaliestra. Y yo que creía que no se pinchaba nunca con ruedas gordas puesto que es el primer pinchazo que tengo en toda mi vida. Mira si lo veía imposible que no tengo inflador ni nada. ¡La que he liado!


Solo me queda seguir a ritmo más pausado si cabe hasta que encuentre una gasolinera. Por suerte, con una potra increíble, tengo una cámara en un bolsito que llevo bajo el sillín y que debe estar ahí desde hace diez años lo menos, de cuando compré mi primera bicicleta para hacer ciclismo urbano. Vamos, que no se puede tener más suerte porque jamás reparé en traer recambios para esta bicicleta. Encima, yendo tan despacito por el arcén, me voy encontrando monedas: dos euros, veinte céntimos, una de cinco, ... Ya tengo pasta para comprar otra cámara de repuesto cuando llegue a Huesca.


Me encuentro con un cicloturista que viene en dirección contraria al que le pido que me deje una bomba pero, a pesar de que los dos tenemos adaptadores, no hay forma de encajarla en la válvula de la rueda. El muy majo se ofrece a dejarme un cartucho de CO2 pero no lo acepto porque sería gastar por gastar, porque seguro que la rueda se me deshincha en un par de kilómetros.


El chico me dice que tengo una gasolinera en Las Ventas de Santa Lucía, a unos cinco kilómetros, y allí consigo hinchar bien la rueda delantera. Como solo tengo una cámara y gracias, decido seguir hasta Graus por si no estuviera pinchada. No tengo prisa y el calor sofocante que empieza a hacer me obliga a ir bastante despacio.


Llego a Graus y la rueda ha perdido algo de presión, así que está claro: he pinchado. La gasolinera de Graus está en la salida contraria y, al cruzar la localidad, me detengo en un taller de neumáticos que veo y que, como tiene una buena sombra, me viene de cine para cambiar la cámara con tranquilidad.


El mecánico del taller me da buena conversación mientras hago la reparación y puedo poner buena presión con su compresor. Me dice que ahora tengo un buen bidegorri hasta finalizar el embalse de Barasona, junto al camping local.


La temperatura empieza a ser exagerada y no lo soporto más. El agua de los bidones es caldo y no me aguanta ni un par de kilómetros cada vez que le repongo en alguna fuente.


Paso una zona de túneles que hay justo antes de que el Ésera se una al cauce del Cinca y no encuentro ni una sola sombra en la que parar a merendar. Tampoco me importa demasiado porque ni siquiera tengo agua. Me está dando un bajón tremendo. Viento fuerte en contra, tórrido, quemador, árido,... y una calor insoportable que me quema el cuerpo. Si me encuentro esto en Cáceres en la BITABI me da un mal y empiezo a pensar en cancelar todos mis planes veraniegos y cambiarlos por algo mucho más al norte.


A Barbastro llego pronto aún. Encuentro una fuente en la que casi me despeloto y me empapo de arriba a abajo. Ya he merendado y, para no perder tiempo cuando encuentre un sitio donde dormir, me pongo también la cena.


Con la distancia del día cubierta con creces, casi me apetece seguir pedaleando de noche que tener que comerme mañana más horas de calor asfixiante. Empiezo a pensar en seguir una nocturna hasta que el cuerpo aguante. Lo he pasado muy mal pero me encuentro muy bien de fuerzas.


Tiro camino de Huesca y anochece en la carretera. Pruebo en un par de terrenos para una posible acampada pero el piso está tan seco y árido que las estacas no entran. Esto es un puto desierto.


A la altura de Peraltilla encuentro una gasolinera cerrada y no me lo pienso. Aprovecho que, aunque tiene los baños cerrados, hay un grifo en la pared exterior y me pego una buena ducha para poder dormir bien. En pelota picada, en medio de la N-240, me quito kilos de sudor acumulado de tres días.


Bajo techo, sin necesidad de liarme con la tienda, apenas necesito el saco para dormir. Hace un calor que te cagas. Lo vivido hoy me hace pensar que me ha venido bien y lo que puede ser meterse en las Bárdenas Reales sin agua. Me da que esa historia también la voy a dejar para otro tiempo. Una ruta como esa merece tomársela más en serio y no se puede hacer con alforjas y con dos bidones recalentados.

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