BIHUBI 4: Barbastro - Bailo

La noche en la gasolinera es una auténtica gozada. Duermo a pierna suelta, nunca mejor dicho, porque ni siquiera me tengo que meter en el saco del calor que hace. Solo un par de coches al principio pero luego, no sé si por el sueño que tenía de no haber podido pegar ojo después del desprendimiento de anoche, no me ha parecido que pasase ninguno.



El tramo que me lleva a Huesca es un poco asquerosete por la N-260 aunque, por fortuna, la autovía que discurre paralela se lleva casi todo el tráfico. Lo peor de todo, como en la segunda parte del día de ayer, es el fuerte viento. Desde primera hora ya tengo un vendaval de cara que me hace muy difícil el avance.


Para complicar aún más el día, para las diez de la mañana ya hace un calor terrorífico. Por la carretera nacional no tengo ni una sola sombra en la que cobijarme y, cuando encuentro una, la aprovecho y paro un buen rato para bajar algún grado la temperatura corporal.


Llego a Huesca, ciudad referencia en la BIHUBI, y pregunto dónde está el Decathlon para pillar una cámara de repuesto. Tengo que cruzar la ciudad entera y desviarme varios kilómetros de la ruta inicial pero no quiero arriesgarme a quedarme tirado si vuelvo a pinchar otra vez. Al cruzar la ciudad, viendo que me voy a quedar muy corto de comida para los seis días, entro en un Mercadona y compro algunas cosas, incluída una crema corporal de su marca blanca para untarme bien el culo, que lo llevo destrozado de tanto calor que soporta.


De vuelta del Decathlon con dos cámaras de esas de primer precio que espero que me duren media vida, veo que el cementerio tiene una especie de soportal donde poder parar a comer bajo sombra. El viento medio tumba los cipreses y me lo voy a comer de cara en todo lo que resta de ruta. Me preocupa mucho.


Termino de comer y me dirijo a Ayerbe. Se trata de una recta interminable de 28km que tengo que hacer con un calor tremendo y con un viento impresionante que no me deja pasar de 14km/h en los pequeños descensos. Veo que la etapa de hoy me va a costar una barbaridad.


Sin ninguna sombra por el camino donde cobijarme, tengo que aprovechar cada marquesina de hormigón porque las de plástico son como hornos. En una bastante amplia decido echar una siesta y dejar pasar la hora central del día porque los brazos los llevo achicharrados. No tengo nada para beber. Los bidones no superan el kilómetro en su condición de potables.


Terreno llano como un plato y llego a Ayerbe con una velocidad media de 11km/h. Es algo desolador y empiezo a pensar en lo que me puede deparar la BITABI por las llanuras castellanas si me salen jornadas con viento en contra como este. Solo pienso en cancelar cosas y, por supuesto, en que no se pueden plantear viajes como este con una bicicleta de montaña, por mucha cubierta lisa que le ponga.


Abandono Ayerbe por la carretera de Puente la Reina. Una vez descartado el tema de las Bárdenas Reales, he manejado la opción de ir por Ejea de los Caballeros, pero decido tirar para el norte. Mientras lleno los bidones de agua en una fuente, un guardia civil me dice que la carretera de Ejea es muy botosa, que el paisaje es bastante más aburrido y que no hay ni un puñetero pueblo de paso donde reponer el agua en cincuenta kilómetros, y no me durará mucho potable.


El viento sigue haciendo estragos. El río Gállego pasa a ser mi nuevo compañero y me entretiene a su paso con diversas actividades. Antes de llegar a Murillo de Gállego, en un precioso puente, me detengo un buen rato.



En cuanto tiran a la chica, dejo a los demás del grupo practicando puenting y sigo el curso del río disfrutando de la imagen de los Mallos.


Otro grupo de personas está practicando rafting y me dan una envidia tremenda. Un poco más arriba me encuentro yo medio derretido y luchando contra un vendaval que casi me tira de la bicicleta.


No se me quita el kayak de la cabeza. ¡¿Quién me mandará a mí meterme en estos embolados!? Mientras veo cómo disfruta la gente ahí abajo, yo por aquí sudando como un cerdo y luchando contra unas ráfagas tremendas que me llevan de lado a lado de la carretera.


Estos últimos kilómetros han sido por un cuerno de Zaragoza que se adentra en Huesca, a donde vuelvo mientras asciendo por suaves rampas al embalse de La Peña.


Cruzo el embalse por un puente metálico y, mientras saco una foto desde el medio, pasa un autobús y me entra un acojone de la leche porque se pone a temblar toda la estructura. Me pego un sprint tremendo para salir de ahí.


Un terreno ondulante me lleva hacia el puerto de Santa Bárbara desde Salinas de Jaca. Son casi diez kilómetros a muy poca pendiente, pero que se me hacen durísimos por el fuerte viento que apenas me permite avanzar. La etapa de hoy está siendo muy muy dura, sobre todo mentalmente. Se hace tedioso estar pedaleando contra una fuerza invisible.


A medida que me acerco al paso por puerto, las ráfagas son continuas. No hay nada que lo freno y anda desbocado. No he hecho demasiados kilómetros hoy, apenas 135km, pero llevo muchas horas pedaleando a una media irrisoria aunque no haya habido dureza a modo de puertos. En el alto encuentro una ermita con soportal y tiene fuente junto a ella. El sitio es inmejorable para echarse a dormir.


Me preparo la cena y llamo a casa. Los silbidos del viento, aún estando a cubierto en la ermita, dificultan mucho las conversaciones. Con el tremendo calor que ha hecho todo el día y hasta me tengo que poner la camiseta térmica porque me está dejando helado.

Quedan mucho tiempo para el anochecer y llega un ciclista que se pone a coger agua en la fuente. Charlamos un poco y, al comentarle que quería hacer las Bárdenas Reales y que lo he dejado por el tema del calor y el agua, me cuenta alguna anécdota de compañeros suyos que han hecho esa ruta y de lo jodido que puede ser quedarse sin agua en ese desierto. Me alegro de haber tomado la decisión de rodearlo.

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