Hoy vamos a salir a correr después de un fin de semana lluvioso en el que hemos vagueado cosa mala. El plan de estas salidas es hacer diez kilómetros, algo que no nos debería costar demasiado.
Pero hace una fresca mañanera que te deja las piernas doloridas. Me pincha el gemelo derecho como hacía tiempo que no me ocurría y nos ponemos a trote a un ritmo miserable. No suelto palabra en un buen rato.
Pasamos el Guggenheim y empiezo a despertarme de la hibernación. Amaia tampoco parece ir muy sobrada pero, cada vez que me entretengo para hacer alguna foto para ilustrar estas entradas del blog, me cuesta una barbaridad pillarla. Llegamos a casa y, al mirar el tiempo, hemos hecho bastante menos que otras veces. Pues esa no era la sensación, desde luego.
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