Sufrimiento en El Regato

Llevo tres días más o menos fuertes pero lo del primero todavía no lo he superado. Las piernas me duelen cada día más, como si me hubieran clavado cristales en los cuádriceps. Solo rozarme y veo las estrellas. Con este panorama, nos vamos a correr un poco dando la vuelta al embalse de El Regato.



Para no ir y volver por el mismo sitio, decidimos tirar por el bidegorri que sale paralelo a la carretera que va de Gorostiza a El Regato, ganando un poquito de altura sobre ella.


Apenas llevamos un kilómetro y ya soy incapaz de seguir el ritmo que me marca Amaia. No puedo dar un paso sin sufrir como si me pegaran con un palo en las piernas a cada paso. ¡Menudo dolor!


Cada vez se me escapa más y la digo que no me espere, aunque no me hace caso y aminora la velocidad, cosa que agradezco pero que tampoco gusta ir petado junto a nadie. Llevamos un par de kilómetros y no veo el momento de terminar.


Llegamos a El Regato y me duele tanto que casi deja de dolerme. Es algo extraño y difícil de explicar. Creo que nunca antes he corrido con tanto dolor.


La vuelta la hacemos por el bidegorri que bordea el embalse, por entre el bosque. Amaia va conmigo y me da un poco de palique para ir más entretenidos. Estoy para explotar.


Por fin salimos del embalse y ya veo más cerca la hora de terminar. La bajada de la presa ha terminado de reventarme las piernas y me es imposible seguir a Amaia, a la que voy viendo alejarse poco a poco mientras me arrastro como un caracol.


Llegamos al parque y me está esperando para terminar juntos. No puedo más. Vamos a hacer solo nueve kilómetros y es como si me metiera un ultra sin parar a descansar ni un segundo.


Terminamos esta minisalida. Me es difícil el solo hecho de ponerme a caminar. La salida del viernes me está pasando factura, una muy elevada factura.

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