A la sombra de la Milán-Sanremo

De nuevo en Italia. Hay dos subidas tan cerca de la frontera francesa que resulta imposible dejarlas pasar. Me desplazo hasta Ventimiglia con intención de hacer las dos pequeñas cotas que se suben al final de la clásica Milán-Sanremo pero, como son tan poca cosa, diseño una etapa circular con dos buenas subidas de mil metros de desnivel, más acordes a lo que realmente busco subiendo puertos.

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Sombra de Sanremo Ventimiglia 135 km 2800 m+ IR

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Como quiero hacer algo de turismo por la tarde, decido salir en cuanto amanece. Remonto el torrente Nervia en dirección a Dolceacqua y, en apenas cinco kilómetros, observo los grandes contrastes existentes entre Francia e Italia, países tan cercanos y tan diferentes.


Las señales indican algunos de los puertos de la zona y tomo hacia Isolabona, donde me encontraré en apenas unos minutos.


Llego a Isolabona y, aunque llevo subiendo desde el principio de la etapa, comienzo una ascensión de la que no conozco nada, ni siquiera el nombre. La etapa de hoy, salvo las dos tachuelas finales de la clásica de Sanremo, es una incógnita absoluta.


Por lo que veo en algún pequeño cartel, estoy en plena Ruta del Aceite. Comparto carretera con varios ciclomotores con remolque que sirven para transportar las olivas que se recolectan, en un paisaje completamente rural y, por qué no decirlo, algo anticuado.


Estoy a pocos kilómetros de la costa y el contraste es brutal con los buques insignia del turismo francés e italiano.


La subida se acerca a los veinte kilómetros y me mantengo en un constante 6% que me va pasando factura. Hace mucho calor desde primera hora y el sol me deja frito.


El lugar me parece más sorprendente cuanto más me adentro en las montañas. Hay algo que me recuerda a Las Hurdes cacereñas, tal vez por las gentes de las poblaciones. Es como si el tiempo se hubiera detenido hace muchísimos años.


Llevo más de una docena de kilómetros cuando me acerco a Bajardo, la localidad que se encuentra en el alto de la pared que estoy escalando. Las últimas curvas de herraduras me permiten llegar de forma cómoda y muy entretenido.


Llevo menos de treinta kilómetros y ya no me queda líquido. El bochorno es fuera de lo normal y necesito beber cada poco tiempo para no resecarme. La llegada a Bajardo supone un pequeño descanso y no encuentro dónde rellenar el bidón, así que sigo para delante con la esperanza de encontrar agua pronto.


Poco después, llego al Psso Ghimbegna, un cruce de caminos que se encuentra en la zona alta del pueblo. De todas las opciones, yo cojo la que sigue subiendo otro poco más hasta la Cima Mairise.


Tras unos kilómetros por una carretera estrecha que viaja por un bosque pelado, llego a un punto en el que se para de subir y se inicia la bajada hacia Vignai. Me pega un viaje tremendo al estómago, tal vez por el intenso calor, y tengo que buscar un seto para plantar un pino sin que se me vea desde la carretera, aunque no pase nadie.


Aprovecho la parada para comer algo y el largo y rápido descenso me deja en el valle del torrente Argentina.


Voy remontando este otro valle pasando por Badalucco. Sigo recibiendo estímulos visuales del siglo pasado, como si me hubiera teletransportado a otra época.


En Montalto Ligure dejo esta carretera para dirigirme al colle d´Oggia. Es un puerto algo más corto pero más intenso, con una media que siempre rondará el 7% en sus más de trece kilómetros.


Enseguida soy consciente de que esta subida se me va a hacer más dura de lo normal. No he podido coger agua en ninguna parte y sigo con un reseco brutal.


Hasta que llego a Carpasio y busco agua por pura supervivencia, ya que no aguanto más. Es un puerto de mil metros de desnivel y ya en la mitad voy fundido.


Nada más repostar, como por arte de magia, el cielo se nubla y noto una bajada repentina de temperatura, lo cual me viene muy bien pero que supone una pequeña amenaza de tormenta. Están apareciendo unas nubes bastante feas que espero poder esquivar.


Hace tiempo que estoy viendo el collado de cima y que se me está haciendo muy dura la llegada. Parece que no avanzo y siempre lo veo demasiado alto.


Hasta que el puerto termina por fin. Hay un desvío a escasos metros del colle d´Oggia y tengo que seguir por él. Me sorprende ver el cartel de puerto en este punto y no en la verdadera cima, a la que accedo para ver si hay buenas vistas del otro lado.


Avanzar esos pocos metros me deja el premio de unas vistas magníficas de las montañas nevadas del norte. Vuelvo sobre mis pasos para coger el camino de Pantasina.


El descenso no es demasiado rápido porque hay mucha gravilla y bastantes baches, por lo que me tengo que andar con mucho ojo.


En Pantasina me cruzo con una chica que sube en BTT cargadita de alforjas, justo a la altura del Santuario della Madonna della Guardia.


El descenso mejora mucho y me permite coger velocidad hasta llegar a Dolcedo, donde vuelvo a parar para buscar agua. Echo un vistazo a las montañas y veo que las nubes las han cubierto completamente.


A partir de aquí, voy a ver a numerosos grupos de ciclistas. Los italianos no tienen nada que ver con los franceses. Siempre van acoplados a la bici y a toda ostia.


Abandono las zonas tranquilas para ir por la carretera de la costa, totalmente masificada. Suerte que voy a desviarme un par de veces para hacer las dos subidas finales de la Milán-Sanremo


En San Lorenzo al Mare empiezo a subir a La Cipressa. Me adelantan ciclistas a toda pastilla. Van a plato y casi ni los veo.


Así una y otra vez. A un grupo le sigue a otro, todos perfectamente uniformados y yendo bien a rueda. Esto en Francia es impensable.


La Cipressa no dejan de ser cinco kilómetros a un modesto 4%, así que no me cuesta demasiado, aunque ya voy teniendo ganas de acabar. El calor me está pasando factura.


Corono y para abajo. En pleno descenso también me pasan tres ciclistas más dando pedales como locos. Empiezo a pensar que me he metido en medio de alguna carrera o algo parecido.


A las puertas de Sanremo, comienzo la subida al Poggio di Sanremo, otra modesta subida pero que empieza con una rampa más intensa que te hace ganar casi toda la altitud de entrada.


Las nubes empiezan a cubrir también la costa y todavía me temo que llueva. La línea de horizonte ya no se distingue en el mar de lo cubierto que se está poniendo.


Corono Il Poggio con esa sensación de haber hecho un par de mierdas como las de Bélgica. Entiendo que estas tachuelas puedan ser interesantes para alguien que siga el ciclismo profesional pero para mí no dejan de ser una cuesta para subir a un barrio.


Llego a Sanremo y ya solo me queda un terreno cómodo para regresar a Ventimiglia si no fuera porque hay mucho tráfico, sobre todo de vespinos que no respetan demasiado, lo que convierte la vuelta en un sálvese quien pueda.


Me llama muchísimo la atención que aún exista un trolebús. Recuerdo imágenes del Bilbao antiguo lleno de cables y pensaba que era un medio de transporte de otra época. Espero que no le de a nadie por importarlo como han hecho con el puñetero tranvía.


Sigo por la carretera de la costa. Es una costa sin playas, solamente hay arrecifes artificiales a modo de rompeolas y explanadas de piedras donde sentarse. A estos que pasan con el Ferrari me dan ganas de invitarles a Gorliz, para que vean lo que es una playa de verdad, pero me doy cuenta enseguida de que es mejor que sigan por aquí. Cuanto más conozco del Mediterráneo más me gusta el Cantábrico.


Termino la etapa y me queda tarde para ir viendo todas las localidades costeras que hay de aquí a Niza, donde tengo la salida de la etapa de mañana. 


Dejo atrás Menton, de nuevo en Francia, y entro en Mónaco para ver Monte-Carlo. Pensaba hacer el circuito de F1 a la carrera pero hay mucho alboroto y, por qué no decirlo, me parece una mierda, así que opto por recorrerlo en coche.


Toda esta costa no deja de ser un puerto deportivo, lleno de yates por todas partes. Es feo hasta decir basta. Prefiero ir a Getxo que, por lo menos, se ve verde y un mar de verdad. El circuito, a diferencia del resto de carreteras, se encuentra totalmente vacío, lo que me permite dar la vuelta con mucha comodidad.


Están poniendo las tribunas. No sé si el Gran Premio de F1 será un fin de semana de estos o si habrá alguna prueba del mundial de rallyes, pero se ve mucho movimiento de Red Bull y algunos pilotos me suenan.


Podría seguir mi camino pero la ausencia de tráfico en el circuito me anima a dar la vuelta completa. Me lo sé de memoria de jugar a la Play, así que casi lo puedo hacer con los ojos cerrados.


Dejo Mónaco con esa sensación de que es la Andorra francesa, solo así se entiende un país de una sola calle. Son sitios bastante vomitivos. Poco después me encuentro con Niza a los pies, preparado para otra etapa interesante.


Es viernes noche y hay mucho tráfico, así que dejo el coche aparcado en una calle de las afueras y me meto a dormir para madrugar mucho. Espero que mañana me respete el tiempo porque se está poniendo un poco feo por las montañas.

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