Las orillas del Walensee

El día ha empezado inmejorablemente con el bellezón del Klausenpass y sigo mi camino hacia el este por la carretera que bordea el Walensee, llegando hasta la localidad de Walenstadt, en el extremo más oriental del lago. Los inicios del Schrina-Hochrugg y del Tannenbodenalp se encuentran separados por solo cinco kilómetros y me van a ofrecer unas vistas perfectas de este valle desde ambas orillas.



Me cuesta bastante encontrar aparcamiento en Walenstadt. Consigo dejar el coche en un pequeño rellano que hay al inicio de la subida a Schrina-Hochrugg y enfilo sus poco más de siete kilómetros. Desde el inicio queda claro que las subidas cortas son intensas y la doble cifra se hace constante. 


Enseguida se gana altitud, con tres kilómetros iniciales en los que empiezo a chorrear por el intenso calor, con una humedad considerable. La subida se dirige hacia unas montañas rocosas que impresionaban desde el fondo del valle.


El verde es apabullante. La carretera se encuentra en perfecto estado y, a diferencia de lo que sucedía en el valle, el tráfico es escaso. Justo antes de llegar a un pequeño túnel, me cruzo con uno de esos autobuses amarillos tan característicos de esta zona.


El paso por Walenstadtberg supone un pequeño respiro antes de afrontar los durísimos cuatro kilómetros finales. La llegada a esta zona, más metida en la ladera de la montaña, impide ver el lago.


A partir de aquí, no hay tregua. La carretera se adentra en el bosque por un momento, coincidiendo con el paso por una especie de hospital o sanatorio. Hay una bifurcación y me meto ahí sin darme cuenta, teniendo que dar media vuelta a los pocos metros.


El despiste casi me viene bien porque la pendiente media de estos kilómetros se dispara hasta un 14%, con picos que se acercan a la veintena pero sin alcanzarla.


Después del sanatorio, la carretera es mucho más estrecha y no da un respiro más. Voy negociando la pendiente como buenamente puedo, con ganas de beber algo frío y no el caldo en que se ha convertido el isotónico que llevo en el bidón.


Se pasan unas cuantas cabañas con pinta de casa rural y empiezo a divisar la parte final, cubierta por unos nubarrones muy amenazantes. Para esta tarde había previsión de tormentas y parece que se confirma.


Corono el Schrina-Hochrugg en una explanada con unos aparcamientos junto a una especie de albergue con pinta de cerrado. Hay una tabla de orientación y, cuando voy a acercarme, veo que los ocupantes de un coche hablan español, con acento andaluz. Les saludo a la voz de ¡hombre, españoles! y no recibo respuesta. Se meten en el coche y se tiran para abajo como quien oye tronar. Efectivamente, me quedo muy alucinado. Yo pensando que los suizos eran bichos raros y ahora me doy cuenta de que no son ellos, que va a ser el lugar.


En el descenso, dada la enorme pendiente y las curvas reviradas, adelanto al coche. Compruebo que la matrícula es de España al hacerlo y me quedo extrañado por la respuesta de esta gente. Al llegar al coche, me pongo a beber algo más fresco y van y me saludan con la mano al pasar ellos. Les habría tirado la botella a la cara, lo reconozco.


Sigo hasta Flums para el siguiente puerto. Son cinco kilómetros y muevo el coche para no tener que hacer diez por una carretera demasiado transitada. Hay un aparcamiento enorme junto a una fábrica que hay en la rotonda de inicio, lo que me permite no perder ni un minuto para dejar el coche, por primera vez, en un sitio tranquilo.


La subida a Tannenbodenalp consta de diez kilómetros al 9%. Es dura pero no llega a los niveles de la que acabo de hacer en la parte norte del lago. La carretera vuelve a ser muy buena.


Sigue haciendo calor y mucha humedad. Los dos primeros kilómetros son al 10% y se me hacen duros. Se van acumulando los esfuerzos del día y empiezo a notarlo.


Sin llegar a la mitad de la ascensión, se empiezan a escuchar unos truenos muy fuertes. Cada vez hay más nubes, sobre todo, en las montañas del norte en las que acabo de estar.


Por esta ladera sigo disfrutando del sol pero no dejo de mirar para arriba. Los truenos cesan sin que haya caído una sola gota y puede que sean en cualquier sierra vecina. Aún así, empiezo a estar preocupado porque todavía me queda rato para coronar y se puede preparar una buena.


Antes de llegar a Tannenheim, la pendiente se endurece, llegando a un kilómetro al 11% de media que me pasa factura. Estoy llegando a los tres mil metros de desnivel, que no es excesivo, pero la subida anterior me ha debido dejar las patas tocadas.


La subida toca a su fin y, como suele suceder en estos casos, al no conocer a dónde subo, me llevo una pequeña decepción con el final, terminando en un enorme aparcamiento de una estación de esquí.


Es pronto aún. Estoy a poco más de veinte kilómetros de Liechtenstein y tengo tiempo de sobra para terminarme ese país en media tarde.

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