Ida y vuelta a Rocadragón

San Juan de Gaztelugatxe se ha convertido en un reclamo turístico (si ya no lo era) de primerísimo orden. Al reciente nombramiento como el Espacio Natural más bello de España se le ha unido la grabación de varias escenas de Juego de Tronos, en donde el islote vizcaíno ha sido adaptado digitalmente para convertirse en Rocadragón, la gran fortaleza ancestral de los Targaryen. Hace ya unos años, un fuerte temporal destrozó la carretera de acceso. El piso de bajada quedó bastante estropeado y ya no se permite llegar al islote en coche pero, como espero tener una visita en pocos días y este enclave va a formar parte de la ruta, decido pasar la tarde del domingo comprobando si no será muy arriesgado acercarse con la bicicleta de ruedas finas.

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I/V a Rocadragón Plentzia 62 km 1410 m+ IR

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Salgo de casa a eso de las cinco de la tarde, en un día encapotado pero que ha ido mejorando con el paso de las horas. En la playa no hay absolutamente nadie, salvo los socorristas apurando sus últimos días de trabajo por esta temporada.


El viento del noroeste sopla con fuerza y eso hace que lo tenga favorable en el trayecto de ida. La temperatura no llega a los 20ºC pero todavía se puede salir de corto.


Corono Orabille y me dejo caer hasta Armintza. La marea está alta y, por tanto, la cala pedregosa cubierta. En el puesto de socorro de la esquina queda un socorrista bien abrigado en la que seguramente sea la caseta con menos trabajo de toda la costa.


Me pongo a subir esta primera tachuela de las tres que componen esta vertiente de Jata y me adelantan un par de moteros bastante ruidosos. También me voy cruzando con bastante gente recogiendo frambuesas y moras de los zarzales que hay a ambos lados de la carretera.


Se nota que llevo el aire favorable porque voy subiendo con muchísima facilidad. Al llegar al alto de la central se ve todo el tramo de costa y descubro que la zona a la que me dirijo está todavía más encapotada.


Tras las dos primeras tachuelas, llego al embalse y enfilo la parte final de Jata mucho más ágil que de costumbre. El aire tira de mi con fuerza y la inercia de las bajadas dura mucho más.


Corono Jata y San Juan de Gaztelugatxe aparece con claridad por primera vez en la ruta en cuanto me asomo hacia Bakio.


No lo suelo hacer y decido acercarme hasta la esquina del puerto de Bakio, acostumbrado como estoy a seguir directo para subir a San Pelaio. Desde el final de la carretera hay una vista completa de la playa.


Unos minutos después, inicio la subida a San Pelaio. En esta ocasión, decido subir por los acantilados, ya que la última vez lo hice por la carretera.


Los porcentajes de doble cifra se suceden pero el aire favorable hace que no me cuesten tanto como de costumbre. Los tramos de descanso me permiten coger mucha velocidad y la inercia la puedo mantener por más tiempo.


A pocos metros de llegar al restaurante, San Juan de Gaztelugatxe vuelve a asomar por un pequeño claro que hay entre árboles. Se oyen las campanas de seguido, señal inequívoca de que hay bastante gente. Por detrás avanza una densa cortina de agua pero no adivino su velocidad, lo que me impide saber con exactitud el tiempo que me queda hasta que llegue a tocar la costa.


Podría haber seguido hacia el islote pero opto por completar la subida a San Pelaio con el kilómetro final al 10% de la nueva carretera, decidido a comprobar el estado de la carretera antigua por la salida de Bermeo.


A pocos metros de coronar junto al mirador, el cielo se vuelve negro de repente y empieza a llover torrencialmente, con algún que otro pedrusco de granizo. Llego arriba y me tengo que parar en el arcén de la carretera porque el chaparrón es salvaje y dudo que los coches me puedan ver. El aire es tan fuerte que ha hecho que esa cortina de agua que se acercaba por el mar haya llegado en un instante.


La nube pasa en apenas un par de minutos y me quedo chorreando agua por todas partes. Desciendo hasta la carretera vieja y el giro me coloca con el fuerte aire de cara que, como si fuera el secador de un túnel de lavado, actúa con rapidez dejándome seco antes de llegar a la carretera de bajada a Gaztelugatxe.


La carretera vieja está cortada pero, yendo en bici, se pueden esquivar los bloques de hormigón que evitan el paso de vehículos. Hay varias grietas y socavones pero se puede rodar sin bajarse de la bici.


La bajada hasta el puente del islote la hago saludando a muchos turistas, llegados de todas partes. En apenas un kilómetro de bajada se oye hablar en inglés, alemán o italiano. Una estadounidense me pregunta si se tarda mucho en subir por donde yo estoy bajando para no hacerlo por el sendero de escaleras que ha quedado bastante embarrado.


Pensaba que iba a estar peor pero se puede llegar hasta abajo prácticamente sin desmontar de la bici, salvo en un pequeño tramo de diez metros que está demasiado estropeado. Y eso que acaba de caer una tromba de agua tremenda.


Me quedo en la base de las escaleras durante un buen rato, charlando con una señora de Donosti que me pregunta si no subo. En cuanto contesto que es porque vivo cerca y he subido mil veces me convierto en improvisado guía turístico para los muchos visitantes, la gran mayoría sudamericanos con los que echamos unas risas por el culo duro que se les va a poner a sus parejas subiendo tantos peldaños.


Se está haciendo tarde y los días ya acortan bastante, así que enfilo la subida de vuelta. Solo es un kilómetro y medio pero al 12,5% de media, lo que hace que haya que apretar los dientes para solventar el desnivel que hay hasta la carretera alta.


Como no podía ser de otra manera, un ciclista retorciéndose en semejante rampa hace las delicias de los turistas y me van animando según me cruzo con ellos. La subida se puede hacer sin echar pie a tierra salvo en esos diez metros que están en peor estado y que, justamente, coinciden con el punto de mayor pendiente.


Ya de vuelta, decido retornar a casa por Mungia para no repetir trayecto. El aire sigue siendo favorable en la corta subida a Emerando, con sus dos kilómetros al 7% en los que me adelantan más coches en toda la jornada.


Tras ascender la corta tachuela de Elordigane, llego a Mungia y tengo que meterme en sus calles para coger la salida de Plentzia. En coche no hace falta porque se toma la autovía que circunvala pero en bici hay que dar una vuelta bastante tonta porque solo serían cien metros por arcén para pasar de una carretera a otra.


Ahora sí, por primera vez en toda la vuelta, el aire pega en contra pero, al venir del mar, apenas tiene fuerza al abrigo de las montañas de la costa. Solo al llegar a la cima de Andraka se nota su verdadera intensidad.


Me dejo caer hasta Plentzia para cerrar una vuelta muy entretenida, con la satisfacción de que se puede bajar hasta Gaztelugatxe sin mayor problema. Otra cosa ya es subir. ;-)

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