Asalto a la Lunada

Antecedentes

La salida tiene su génesis en la quedada por Enkarterri realizada con Txema, ya que en la crónica comento que, de no haber salido aquel día por culpa de la lluvia, me hubiera adentrado en tierras cántabras para intentar la subida a Picón del Fraile desde Liérganes.

Bernie recoge el testigo y se encarga de diseñar una ruta que anticipa a esta subida las de Caracol, Braguía y Estacas de Trueba y el calor de la semana hacen presagiar una jornada despejada para el sábado. Sin embargo, se prevé un cambio climatológico y el mismo viernes estamos a punto de cancelar la salida al estar lloviendo a mares por la noche.

Quedamos en avisarnos a las 7 de la mañana por mensajes de móvil para no despertar a las familis con timbres de teléfono y como el cielo amanece casi despejado en Santander, Bernie da el OK para empezar a ponerse en marcha.


Puesta en marcha

En la estación de tren de Liérganes me espera Bernie y yo llego a las 8:45. Tras los saludos iniciales, nos ponemos a ultimar los detalles para la salida, nos terminamos de vestir, vigilamos la presión de las ruedas y salimos poco a poco.

La ruta está diseñada para subir de inicio hasta San Roque de Riomera, mitad de la ascensión a Lunada, para empalmar allí con la subida al Caracol. 22km continuados que entre charla y charla se pasan enseguida.

El cielo acaba despejando completamente y para cuando hacemos cima en Caracol ya hace un calor importante. Aprovechamos para echar una meadilla en el alto y para comer un poquito, y para abajo que vamos disfrutando del maravilloso paisaje que ofrecen los valles cántabros.




El calor aprieta

Descendemos El Caracol rumbo a Selaya y empezamos a cruzarnos con ciclistas entrenando seguramente para el Circuito Montañés. Nos topamos con el equipo Saunier Duval y más tarde con el Würth en la cima del Puerto de la Braguía.




A partir de aquí, según avanza el día, el calor empieza a ser sofocante. El sol pega de plano y son casi inexistentes las sombras que encontramos en el recorrido. Al llegar a Vega de Pas paramos en la Plaza del pueblo para llenar bidones y para refrescarnos en la fuente echándonos abundante agua por encima.

Sin llano ninguno, comenzamos la larga ascensión a Las Estacas de Trueba. Una subida preciosa. Tanto es así que me parece el valle más bonito que he visto en todas las rutas que he realizado. Bernie también es la primera vez que sube por ahí y alucinamos con tanta belleza. Solo hay un pero… el calor.


Y contra el calor…

A medida que vamos ascendiendo, suavemente pero sin descanso, es más y más el sudor que emana del cuerpo de Bernie y más y más el calor que yo acumulo precisamente por no sudar. Vamos cambiando de ladera varias veces por unas preciosas curvas de vaguada hasta que, a falta de poco más de 4km para coronar, observamos una cascada en una curva y, sin pensarlo dos veces, nos detenemos para refrescarnos.



Yo ni me lo pienso, y le digo a Bernie que me voy a pegar una ducha de puta madre allí mismo debajo del chorro. A partir de ahí las risas son continuas como os podéis imaginar. Él hace de avanzadilla y mete los pies en el agua, muy fría para su gusto, pero que a mí me pareció que estaba estupenda. Con un poquito de cuidado de no resbalar con las piedras, me pego un chapuzón mientras nos descojonamos por semejante escena.




Mientras chapoteo en el agua, Bernie se apresura a inmortalizar el momento, y dispara fotos por doquier de culos y pitos. El Obispo de Bilbao ha censurado algunas, que sin duda quedarán para el disfrute de Bernie y su señora, jejeje.


El oasis de Estacas de Trueba

Terminado el baño, nos volvemos a poner en marcha con las piernas a punto. Ya quedaba poco para coronar Estacas y entre una cosa y otra llegamos a la cima. Allí, bajo una piedra con forma de tejadillo, nos encontramos a una pareja de viejillos a la sombra, a los que les pedimos que nos hagan la foto de rigor junto al cartel y otra del otro lado para que se vea el paisaje.




Charlando con ellos, del calor que hace, a estas horas ya sofocante, y de lo bien que se estaría en una piscinita, sale el tema de la cascada que acabamos de dejar 4 kilómetros atrás y del chapuzón que nos hemos pegado.

Es en ese momento cuando nos indican la existencia de un oasis más abajo, en el descenso de Estacas de Trueba, cosa que nos pilla de camino, que se encuentra escondido para los que transitan sin más por la carretera, y que posee unos chorros que ni el mejor de los balnearios. Además, nos aseguran que el agua está caliente por la temperatura que recogen las piedras y que se puede nadar por la profundidad que tiene.

Bernie y yo creo que ni nos preguntamos por si parábamos o no. Fuimos directamente a la búsqueda de aquellas cascadas. Las indicaciones del paisano fueron precisas y las pudimos encontrar rápidamente. Cargando las burras al hombro en plan ciclocross, ante la atenta mirada de unos burros de verdad, nos fuimos acercando al lugar con unas ganas locas de bañarnos.




Tras cruzar un riachuelo y descender una pequeña loma, ahí estaban, esperándonos para que disfrutásemos de ellas. Tres cascadas estupendas que pedían a gritos despelotarse de nuevo. La fuerza del chorro central es una pasada. Casi te saca la cabeza de cuajo. Y la temperatura del agua, ¡qué decir!, maravillosa. Y además, por si fuera poco, con la profundidad justa para pegarse unos largos y una base pétrea en el fondo que permitía andar comodamente.



Unas cuantas imágenes servirán para resumir el tiempo en el piscinón. Lo compartimos con una cuadrilla de montañeros que bajaban por el otro lado y que tampoco se lo pensaron mucho. Allí nos metimos más de media docena de tíos en pelotas que nos ibamos turnando en los chorros de hidromasaje.




Un par de fotos más para mostrar la profundidad del sitio.



En ésta se me bajó la bola al hacer el pino, bueno se subió para abajo, jejeje.



Como se puede ver en esta otra foto, la sesión de hidromasaje fue magnífica.




El asalto a la base militar de Picón del Fraile.

Después de estar un buen rato en el oasis, de charlar tranquilamente tumbados en la hierba, tocaba volver a ponerse en marcha para lo que iba a llegar. Faltaba la ascensión a Lunada más el Picón del Fraile, bastión de la base militar. Lo que iba a suceder a partir de aquí nos hizo sentir como marines a los que envían a los puticlubs de Shaigon para que se desfoguen antes de llevarlos a una muerte segura. Lo que iba a suceder.... ¡¡es pura épica!!

En el mismo cruce en donde se encuentran las cascadas, nos topamos con unos excursionistas alaveses que se dedican a hacer senderismo con un autobús contratado para que los deje en un punto y los recoja en otro al final de su ruta, para ir a un nuevo destino y vuelta a empezar de nuevo. Por 8 € por persona pagaban el autobús y podían viajar libremente por donde quisieran. De entre ellos, se nos acerca un hombre interesado por el cicloturismo, más concretamente por las rutas de largo recorrido. Nos habla de que él fue ciclista y que realizaba viajes en busca de aventura sin importarle la “velocidad”. Algún ir y venir hasta Extremadura, 800 kilómetros en dos días, y cosas por el estilo. Hasta que lo dejó por una caída que le mantuvo un par de días en coma.

Tras un buen rato de charla, nos encaminamos al cruce para ascender a Lunada por su vertiente burgalesa. Poco a poco vamos avanzando en los 9 km que hay hasta el desvío para el Picón del Fraile.

En una de esas, le digo a Bernie que me parece haber oído un trueno. A él le había parecido un avión. Tal vez, en la base empezaban a reunir sus efectivos. Miro hacia atrás y veo unos nubarrones que vienen hacia nosotros a gran velocidad y los truenos cada vez son más intensos.

La temperatura empieza a bajar poco a poco y cae una gota, dos, una más. Así hasta llegar al desvío de la base. La valla está abierta, y el cartel en el que pone que es mejor no atreverse a subir y que estamos siendo vigilados nos avisa de lo que nos espera.

Sin tiempo para terminar de leer el aviso, empiezan a caer chuzos de punta. ¡¡Y Bernie que no se quería mojar, jejeje! El cielo no está nuboso, está negro, negro, negro. De 30º a los que estábamos descendemos súbitamente a una temperatura bastante más fresca. ¡¡Los militares nos atacan!!

No llevábamos ni 20 metros subidos cuando empieza a granizar. ¡Han sacado la artillería pesada! La lluvia se vuelve torrencial y vamos ascendiendo por un río descendente con gran peligro de aguaplanning. Como diría Forrest Gump “llovía hasta de abajo”. El granizo no nos frena en nuestro empeño y los de la base deciden enviar sus misiles. Granizos de los de bola, mezclados con lluvia exagerada. Bernie lleva casco y le retumban en la cabeza, y ambos vamos subiendo al grito de ¡Ay! ¡Uy! ¡Hijos de puta! ¡Ay! ¡Ay!

Los brazos metidos debajo del cuerpo, con una mano en el cuadro para evitar perderla en el combate y la otra en el manillar jodiéndose los nudillos con cada perdigonada de hielo. ¡Ay! ¡Joputa! ¡Ostias, qué daño! Empapados hasta los huesos, sin rendirnos. A medida que cogemos altura, los de la base ponen en marcha los ventiladores como quienes enchufan la manguera para dispersar a los manifestantes. Vientos huracanados que están a punto de derribarnos de nuestras bicis mientras dejamos de gritar y ya nos da igual todo. ¡¡Estamos muertos de frío!!

Cercanos a coronar, con una lluvia de gotones como bolas de billar que rebotan en el mar que se ha convertido la carretera, sacan la aviación. Estamos a 1.600 metros de altitud y unos relámpagos de la leche se unen a la fiesta. Los efectos especiales dejan a la altura de Holanda los utilizados en Terminator. Y nosotros erre que erre, todo parriba.

Ya divisamos el radar. Solo falta una curva de herradura en la parte más dura de la ascensión. El viento vuelve a estar a punto de conseguir derribarnos por última vez en la subida a escasos metros de la base, en donde se encuentra el sargento Arensibia quieto como una estatua, con su fusil en los brazos aguantando el chaparrón que sus propias fuerzas nos envían.

“¿Qué hacen aquí? ¿No han visto el cartel? Aquí no pueden estar, vayan bajando”, nos dice en actitud superprofesional aguantando el temporal. Bernie le contesta: “Nos ha empezado a llover y creíamos que esto era un refugio”, jajaja, y yo pensando “sí, y hemos venido en busca de asilo político, no te digo” jajajaja. En la subida nos decíamos que les íbamos a pedir unas toallas y un kit de supervivencia de los de la cruz roja. Bernie pensaba que mejor una manta térmica y un termo de caldo.

La verdad que no estaban de humor. Al sargento Arensibia se le une el soldado Ryan, que en la peli no lo encontraban por no subir hasta aquí. Viene con cara de una mala ostia. “Vayan bajando” nos dice. Bernie se había puesto el casco para la granizada y empieza a descender después de despedirse y no obtener respuesta del sargento. Yo, mientras tanto, me pongo los manguitos, los guantes, el maillot que me había quitado cuando estábamos a 30º hace poco, y me tomo mi tiempo bajo el temporal y con la atenta mirada de aquella pareja de dos que me miraban con ganas de montarme un juicio de Nürember.

El descenso de Bernie no lo sé, pero el mío es acojonao perdido. El viento que antes era de cara, ahora es ¿favorable? Las fuertes rachas te embalan de una manera que no puedes controlar y encima el asfalto ha desaparecido. ¡Voy flotando como Jesucristo sobre las aguas! Se alternan rachas de viento con fuertes granizadas que subiendo jodían, pero bajando… son la releche. Los soldaditos luchaban por recuperar una cima que ya habíamos conquistado y que ya nadie nos podrá quitar. Apenas atino con los frenos de la tiritona que llevo.

En la valla me esperaba Bernie, con cara de estar pasándolo de puta pena. A mí me parecía todo superdivertido, pero todo tiene un límite. Límite que todavía no ha llegado, jejeje. Subimos los 500 metros que quedan a Lunada y comienza el descenso final.


Operación: rescate

La batalla por Picón del Fraile nos deja tocados. Llegamos al Portillo de Lunada y toca un descenso de 32 km entre un diluvio, viento huracanado, granizo por momentos y un barranco a nuestra izquierda que obliga a bajar muy muy despacio. Tiritando sobre la bici, y con las manos agarrotadas, es difícil frenar. Aún así, vamos haciendo camino.

No llevábamos más de 2 km cuando Bernie, que iba 10 metros por delante, se detiene. Me paro junto a él y veo que a nuestra derecha hay una pequeña cueva en la que hay una veintena de cabras resguardadas del temporal. Bernie les dice “a ver, dejad un sitio” jajajaja y claro, como que salen despavoridas carretera abajo. ¡Este Bernie! Jajajaja. Solo le faltó pedírselo por favor.

Nos metemos dentro tiritando los dos y vemos que éso va para rato. Así que pensamos en parar al primer coche que venga porque descender en la bici sería una auténtica temeridad. El problema, que igual nos dan las uvas sin que pase un coche y que cuando pase uno va a ser difícil que quepamos los dos con bicis y todo. Le digo a Bernie que saque una foto de la cueva para la crónica (en el tormentón no se han podido hacer) y el pobre temblando y tiritando me dice que "creo que me va a salir algo movida", jajaja.



Al de un rato, uno que baja. Bernie lo para y le pide que nos acerque a Liérganes. Se trata de un chaval muy joven que estrenaba coche, jajaja, y nosotros chorreando. Su primera frase es “es que.. es que,…” que es que ni ostias, acabamos de conquistar un puto monte, así que tú nos bajas y ya está, no se hable más, jajaja. Aunque sea a uno.

El coche es pequeño y quedamos en que Bernie baje primero y yo ya le espero. Antes de que se dé cuenta el tipo, Bernie ya está sentado de copiloto. Si no le deja entrar yo creo que lo tiramos ladera abajo y nos damos a la fuga, jajaja. Empiezo a echar cuentas, 30 km por dos en un puerto, más el tiempo que tarde Bernie en vestirse y coger mi mochila del coche. ¡Puf! Hora y media no me quita nadie.

Me vuelvo a meter en la cueva y empiezo a quitarme ropa para escurrirla poco a poco. En el tiempo que estoy allí bajan un par de coches más que casi ni llego a ver pasar por estar metido dentro. Tras un momento de tregua climatológica, las cabras que vuelven. Y yo que las mando a tomar por culo. 10 segundos después empieza a granizar de nuevo. ¡¡No saben nada las jodidas!! Se van ladera abajo entre ¡¡beeeee!! y ¡¡beeeeee!! Que traducido significa ¡¡cabrón!! ¡¡me cagüen tu madre!!

La historia de las cabras se repitió dos veces más. A la tercera, su actitud se vuelve un tanto amenazante, llegándose a acercar a un metro escaso. Las tengo que echar corriendo detrás de ellas. Ya no sé si son de verdad o empiezo a tener alucinaciones del frío que tengo. Hora y pico tiritando me dejaron agujetas en las costillas.

Al de bastante rato, vuelve a salir el sol. Desde mi posición se divisan varios kilómetros de la ascensión y espero ver un coche pronto. A lo lejos intuyo uno. Es blanco. No recuerdo el color del de Bernie, así que no tengo ni idea de si es o no es. Se va acercando y voy comprobando que no es él. Oh, que decepción. Lo que sí he hecho ha sido calcular cuánto tarda desde que lo empiezo a ver. ¡Son varios minutos!

En eso que baja uno. Ya no tiene sentido parar a nadie porque no faltará mucho para que llegue. Al poco, vuelvo a percibir una mancha en la distancia. Parece otro coche y me da que sube más rápido que el anterior. En una curva, empieza a dar las luces insistentemente y sé que es él. ¡¡Estoy salvado!! La última rampa Bernie la hace dando al claxon como si fuera una ambulancia, jejeje.

Allí es imposible girar el coche, así que me deja la mochila y se va para la cima para dar la vuelta y volver a recogerme. Me cambio de ropa y nada más ponerme la camiseta seca entro en calor. El descenso es largo y nos da para comentar lo ocurrido. A partir de aquí le dejo a Bernie que cuente, que yo ya estoy exhausto de tanto escribir, jejeje.

1 Comentarios

  1. Jajaja, Joseba, hacía tiempo que no me reía tan agusto, hasta lágrimas me caen de la risa,,,, qué historias. Sólo imaginarte echando a la cabras de la cueva y al sargento con el cetme en la mano, y me doblo otra vez sobre la silla...
    Genial tu crónica, ¡y me la quería perder por no saber que existía! me la acaba de descubrir Diego.
    Un saludo de un mano que te aprecia.
    Miguel.

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