Brevet 400 a Picos de Europa

Una semana después, se repite la misma historia. Como las previsiones dicen que voy a tener vientos favorables, salgo de casa una hora más tarde que el sábado pasado. Prácticamente, ya es de día para cuando me pongo en marcha. Eso sí, a diferencia de la otra vez, el calor es sofocante. En menos de dos horas, me planto en Castro, con el alto de Saltacaballos como mayor dificultad.




Da gusto ir con el viento a favor porque, en apenas 70km, casi he recuperado la hora de más que me he quedado durmiendo. Tras ascender los altos de Candina y Carcobas, llego a Laredo más o menos a la misma hora.






A partir de Laredo, el terreno se suaviza bastante. Tan sólo algún pequeño repecho se interpone en el camino una vez que se cruza el río Asón.




Mientras se transita por la N-634, el tráfico es bastante intenso pero, una vez que se pasa Solares, se abandona la carretera nacional para ir por una secundaria que va paralela a esta.




Para llegar a Torrelavega, debo ascender el alto de Montaña, una pequeña cota no muy larga y de poca pendiente.



El paisaje de montaña, tan diferente del que llevo visto hasta ahora, va ganando protagonismo. Los grandes valles cántabros, con su verde característico, son una maravilla.




En el descenso del alto de Montaña, gracias a un mirador, se puede divisar Torrelavega. Tenía previsto parar aquí para comer, pero el tiempo de adelanto que llevo me va a permitir hacerlo en Cabezón de la Sal.



No hace mucho que estuve por aquí. El paso por el río Saja me trae buenos recuerdos de la ruta que inicié en Cabezón de la Sal con el puerto de Palombera como objetivo.



En Cabezón de la Sal, a eso del mediodía, hace un calor horroroso. Llevo el culo un poco escocido de la temperatura que alcanza el sillín y me meto en el Schlecker para comprar un bote de vaselina de esos que tienen por un euro. Me gusta mucho ver los mercados de los pueblos y me doy un pequeño paseo por los puestos.



Cruzo el río Saja en busca de un buen sitio para comer. Necesito una fuente para lavar bien los cacharros cuando termine y me han dicho de una cojonuda a veinte metros del cruce para Reinosa.




Me preparo unas lentejas a la riojana en el hornillo. He metido una bombona pequeña, de apenas 100gr, y la cazuela de ración. El conjunto no abulta más que un bidón. Es una gozada para este tipo de viajes. Se puede comer caliente y de cuchara por un coste inferior a un euro.




Ya no hay quién pare para estas horas. El calor es impresionante y yo no lo llevo demasiado bien. Aún así, después de comer y de pegarme una medio ducha en la fuente, me atrevo a lanzarme a por el collado Carmona.




La vez anterior, el día que probé las alforjas, no pude subir este puerto sin bajarme de la bici. Sin embargo, a pesar del calorazo, esta vez lo supero con nota. Sus cinco kilómetros por encima del 7% en esta vertiente de Cabuérniga no son mayor problema. Lo peor es andar saltando de sombra en sombra.






En la cima lo veo claro. Estoy arriesgando demasiado con esta temperatura y, con la sangre rondando el estómago para hacer la digestión, mejor que me tumbe a la sombra y que deje que el sol baje un poco. No son días buenos para hacer deporte y un golpe de calor te puede dejar en el sitio. El maravilloso mirador sobre Carmona se convierte en improvisado dormitorio para una buena siesta a la sombra de los árboles.



Hora y pico más tarde, que no está el día para andar con tonterías, retomo la marcha en busca del siguiente collado: el de Ozalba. Otros seis kilómetros al 6% no son muy complicados pero, en un día como el de hoy, lo peor no va por abajo. El sol me abrasa los brazos.




El collado de Carmona ya es chulo, pero este va mejorando el paisaje a cada paso. A medida que me acerco a Picos de Europa, la ruta se va haciendo más y más atractiva. De hecho, es uno de los trazados más hermosos que se pueden hacer en bicicleta de carretera.








Llevo dos bidones para la ocasión, uno con isotónico y otro con agua. El primero es para hidratarme y, el segundo, para ducharme a cada kilómetro.







Por fin, corono el collado de Ozalba, que me encanta. Es un puerto precioso, sin nada de tráfico, con unas vistas impresionantes, con unos pastos de un verde ácido cegador. Otro puerto que me costó en mi anterior intento con alforjas y que, esta vez, he superado sin mayor problema que el calor reinante.



Me apetece tomar algo frío, así que no me entretengo mucho con las vistas del lado de Quintanilla y me bajo rápido hasta el bareto que hay entre esas cuatro casas. Aquí me tomo una lata de cocacola con bien de hielos a la sombra de una sombrilla.



Un buen rato después, que los sofocos son de largo recorrido, me pongo en marcha para atacar al collado de La Hoz.



El paso por La Fuente tiene que llamarse así por algo, así que pregunto por una y la hay enorme, con agua fresquísima como para meterse debajo y pegarse una buena ducha.




A partir de aquí, al mismo tiempo que varios moteros con sus motores rugiendo a tope, inicio la parte más dura de la subida a La Hoz, siempre por encima del 10% durante un par de kilómetros.







Ya en la parte final, el collado se vuelve noble y brinda un suave acceso al espectáculo que supone contemplar desde las alturas el Desfiladero de La Hermida.






El descenso hacia La Hermida es de esos en los que no puedes dejar de pararte para hacer fotos. Uno de los lugares más increíbles de toda la geografía española.






Un helicóptero capta mi atención. Luego, más tarde, un paisano me contará que andan de fiestas y en el programa incluyen unas exhibiciones del grupo de rescate en montaña. Hay un montón de gente por las cunetas observando el festival.





Justo en el inicio de la subida a Bejes, hay una tiendita. Me paro para comprar una lata de cocacola bien fría y para que me llenen los bidones de agua. El tipo andaba en bici y tenemos una buena conversación que, con el calorazo que hace y las rampas que me esperan, alargo lo suficiente como para que me baje bastante la temperatura corporal.



Ya de entrada, la subida al collado de La Hoja o, mejor dicho, al Salto de la Cabra, que es donde concluye la fiesta de hormigón, es una buena piedra de toque. Recordaba este tramo muy estropeado y parece que haya sido reasfaltado hace poco porque está estupendo.




El tercer kilómetro suaviza bastante, y bien que se agradece. Pero enseguida se vuelve a poner la cosa con dobles dígitos. Calor, alforjas, kilometraje, ..., voy tan cascado que el conductor de un todoterreno que me alcanza en este tramo me dice si me quiero apoyar en la ventanilla para ir subiendo con él. Por supuesto, cuando te ofrecen una ayudita de este tipo hay que aprovecharla y, ante la imposibilidad de mantenerme asido al coche, acabamos echando la bici en el remolque que lleva.



Así a lo bobo, me quito un buen trozo de subida dura. Charlamos un rato y me despido camino de la pista hormigonada que sube hasta el Salto de la Cabra.




¡Impresionante paisaje! No me voy a cansar nunca de venir por estos lares. Bejes queda a mis pies a los pocos metros de iniciar la subida, lo que habla claramente de los fuertes desniveles que hay que salvar.



La primera parte tiene el hormigón bastante deteriorado y lo pago con creces. Llega un momento que me tengo que apear y decido continuar andando.



Y, aunque luego mejora mucho la pista, ya no soy capaz de volver a montarme en la bici. El calor es demasiado para mí y no tengo ni una sola sombra para protegerme. A cada recta de la subida le sigue un buen rato de descanso tirado sobre la hierba, con la patata a mil y el cuerpo sudoroso, lo cual es bueno, porque aún sigo hidratado.



Estoy a un tris de echarme a dormir aquí mismo pero tengo un problema enorme: no me queda agua. Y sin agua no puedo pasar la noche porque acabaría completamente deshidratado. Por suerte, el hombre del todoterreno me habló de un abrevadero de agua a un kilómetro de la pista que conduce al Jitu. Desde hace varias horas, el líquido elemento se ha convertido en mi única preocupación.



Sacando fuerzas de no sé dónde, consigo llegar al Salto de la Cabra. La bici me pesa demasiado como para andar tirando de ella pero el piso no me ofrece garantías como para montar sobre ella.




No importa, ya sola me queda un kilómetro a la fuente. Aunque aún me quedan un par de horas de luz, he decidido que me quedaré a dormir junto a ella.




No sé lo que me puedo llegar a beber en este punto. Me lavo bien, me preparo la cama en el suelo, al abrigo de unas rocas y ... cuando llevo un buen rato tumbado recuperando el aliento, empiezan a acercarse las vacas a echar unos tragos en el abrevadero. La primera no molesta, la segunda tampoco, pero ya viene una con el culo en pompa y amenaza a echarse una pedazo cagada de impresión así que, al ver pasar a un betetro con ruedas gordas, decido echar a nadar antes de que se me termine de hacer de noche en esa pista.




El tramo de enlace con el Jitu de Escarandi, con la carretera de Tresviso, es una cucada. Pero no para la bicicleta de carretera, sino para las botas. No me monto en ningún momento por no pinchar a estas horas y tampoco lo recomiendo. Como experiencia está bien, pero me estoy desfondando de empujar la carga como una mula.




Con Tresviso a la vista, aún queda lo peor. El tramo final, en fuerte subida, es toda una trialera. Hay momentos en los que apenas puedo mover la bici que se me va enterrando entre las piedras.



Exhausto, llego al Jitu Escarandi. Hay un par de personas preparando sus camas en las furgonas y me ven llegar. ¡Asfalto!, grito ante ellos, y claro, nos quedamos un rato charlando sobre el estado de la pista y demás. Queda poca luz, así que me preparo para el descenso y pongo todas las luces para no volver a detenerme.

Paso Sotres, paso Tielve, paso Poncebos, y en Arenas de Cabrales ya no puedo más. Se me cierran los ojos y busco algún sitio donde tirarme a dormir. En unos soportales me acomodo mientras el jaleo se adueña de las calles. Están en fiestas ... pero a mí me da igual. Solo quiero dormir.

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