Un collado de peleas

Madrugamos para empezar pronto. Los ronquidos del madrileño que ha compartido albergue con nosotros se hacen notar, así que no tengo muchos miramientos a la hora de hacer ruidos preparando la mochila. Abandonamos Bejes con una tupida niebla sobre nuestras cabezas.




Lleno las botellas de agua e iniciamos la subida al collado Pelea con las legañas aún en los ojos. Ya de entrada, los números de esta subida se hacen notar.





Llevamos ascendiendo un buen rato cuando nos paramos para desayunar. Saco la cafetera y nos ponemos a preparar un café sentados sobre el hormigón rayado que preside la primera mitad del camino. Unas galletas tipo Oreo son el acompañamiento sólido.






Nos volvemos a poner en marcha y el paisaje no es que cambie mucho. A una rampa dura, le sigue otra más dura, y así una y otra vez.




Y Bejes que queda muy abajo en un periquete. Por desgracia, la niebla alta impide tener unas vistas más amplias.





Llegamos a la zona de cabañas y nos metemos de lleno en la niebla. Tal es así, que en una veintena de metros no se puede ver nada.




El hormigón rayado, ya muy estropeado, da paso a una pista de tierra. La subida suaviza bastante pero sigue teniendo rampas importantes hasta llegar al alto.






Arriba llegamos justo en el momento que empieza a aclarar por la vertiente de Cabañes. Sin embargo, la zona de Ándara se observa mucho más cerrada y me alegro de haber cambiado los planes porque no se habría visto nada de nada.



Justo cuando iniciamos el descenso, me llega la cobertura al móvil. Le pido a Amaia que me mire el horario de autobuses de Potes a Fuente De para poder ir a coger el coche cuando terminemos la ruta de casi 20km que tenemos montada para hoy.




La vertiente de Cabañes del collado Pelea ofrece unas vistas maravillosas. Se ve que por Cantabria está la cosa mucho más clara que por Asturias.





Seguimos descendiendo y Ander tiene un pequeño problema con unas rozaduras que se le están haciendo entre las piernas. Como vamos bastante bien preparados, le aplico bien de vaselina para que se le calme la zona y para que no le vaya a más.






La pendiente es tan fuerte en el descenso que los pies se joden fácilmente. A mí ya se me han caído las uñas de todos los dedos a causa de las últimas salidas montañeras que he hecho.




Llegamos a Cabañes con ganas de comer un pincho de tortilla en alguna parte, pero son cuatro casas y no se ve ningún movimiento. Como ahora nos toca un tramo sobre asfalto, nos cambiamos de calzado y nos ponemos las zapatillas, mucho más cómodas que las botas.



A la salida de la pequeña población, vuelvo a hablar con Amaia. Me informa de que el bus de Potes a Fuente De sale a las 13:00 horas. Nos hemos entretenido algo y son las 11:10, así que veo difícil que lleguemos a tiempo. Ponemos una marcha elevada porque, si no cogemos ese autobús, no tendremos más y habrá que buscarse la vida para hacer los 23km que nos quedarán hasta el coche.




Camino de Pendes, oigo que se acerca un coche que baja. Le echo un poco de morro y lo paro porque no llegamos ni de coña. Nos quedan casi nueve kilómetros y no puedo poner a Ander a un ritmo que nos permita llegar a Potes antes de la una. Los dos viejillos van también a Potes, así que la sonrisa que se le pone a Ander entre oreja y oreja cuando dicen que nos llevan hasta allí es de las de recordar por mucho tiempo.

Nos tomamos el deseado pincho de tortilla en el bar de la estación de autobuses de Potes y nos damos un paseo por el pueblo para hacer tiempo.










Por esas callejuelas de Potes, uno pierde la noción del tiempo y casi perdemos el bus que, por 1´60€ cada uno, nos deja bajo el circo de Fuente De, justo donde tenemos aparcado el coche.



En el descenso encontramos un merendero con fuente, ideal para calentar un par de latas de cocido madrileño o, lo que es lo mismo, de garbanzos.



El día se está estropeando bastante y parece que se va a poner a caer una tromba de agua importante. Aprovechando que tenemos que volver a pasar por el desfiladero de La Hermida, acordamos merendar en el mirador de Santa Catalina, el magnífico mirador que hay en la subida al collado de la Hoz.










Es espectacular este mirador. Pensar que hace un momento estábamos metidos en el coche por esa carreterita serpenteante encajonada en semejante tajo de la tierra.

Notamos un par de gotitas y decidimos irnos para Poncebos con la duda de si mañana podremos seguir haciendo rutas o si nos tendremos que volver para casa. Paramos en Arenas de Cabrales para hacer algunas compras. Como vamos a dormir en el coche en vez de en la tienda de campaña, nos podemos permitir mejores desayunos porque no habrá que cargar con el peso.

Cenamos en Poncebos unas salchichas de las gordas, de las tipo Viena, preparadas al fuego del hornillo metiéndolas un palo por medio y, mientras echamos unas cartas para pasar el rato antes de dormir, se pone a tronar de forma salvaje y a llover a mares. No me imagino lo que hubiera sido esto bajo la endeble tienda que tenemos para montar un vivac.

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