Entrenando yo, ¡será posible!

No me apetece una mierda coger la bici pero sigo en mis trece de ir entrenando algo para hacer un Everest entre mayo y junio del próximo año. Yo entrenando para algo, ¡a ver cuánto aguanto!




Me cuesta mucho elegir ruta y tiro para Bikotxgane. Parece mentira con la de veces que habré subido este puerto que jamás lo haya hecho por la vertiente de Orozko. Siempre escojo la de Artea y eso me sirve de excusa para utilizarlo en mi preparación.



Y vaya cómo cambia una subida vista en dirección contraria. Nunca me había fijado en lo bonito del perfil de la peña Lekanda vista desde aquí.




El caso es que, sin ser como la vertiente de Artea, la de Orozko también tiene un tramo que se agarra. El inicio hasta Ibarra es muy cómodo, pero los cuatro últimos kilómetros son bien majos.



Sobre todo ese penúltimo kilómetro que supera el 10% de media con una recta continuada al 12%, muy semejante a la de la vertiente opuesta.



Con un buen calentón, corono Bikotxgane por Orozko por primera vez. Ya ha caído bastante la tarde y comienza a refrescar, así que me abrigo bien para la bajada.





Tenía idea de hacer salida monopuerto pero, al llegar al cruce, cambio de planes y me decido a regresar a casa por Ugao, previo paso por el alto de Sarasola.



Parece que me encuentro bien, sino no se explica que me anime a hacer otra subida extra. Bueno sí, que acabarán siendo los mismos kilómetros y me quito de repechitos por Bedia y Usánsolo a cambio de concentrar el desnivel en una sola subida.




Este puerto no dejan de ser poco más de dos kilómtros al 5% así que, en un santiamén, está solventado.





Lo cerrado de la subida solo deja ver la carretera en una curva, al paso por un caserío.



Corono Sarasola con luz suficiente como para llegar a casa sin luces. Y menos mal, porque no las he traído.




Pero, por si acaso, le meto tralla en estos kilómetros que me quedan hasta regresar a Bilbao. A excepción del omnipresente alto de Miraflores, son completamente favorables.



Me he dejado las llaves en casa y no hay nadie. No importa, ya sé por dónde puedo pillar a Amaia. Me doy una vuelta por la Gran Vía y no la encuentro pero, al volver a casa, Ander ya ha llegado. Bien, tengo ganas de una buena ducha.

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