Correr con piernas de nadar

Por primera vez, tras doce días consecutivos de hacer piscina, hoy no voy a hacer natación. Me he inscrito en una prueba de montaña para este sábado y debo salir a correr un par de días antes. El problema es que la piscina me deja las piernas con unas sensaciones complicadas para la carrera a pie.



Ya de inicio noto que no voy. Me cuesta mucho seguir el ritmo de Amaia y voy bufando detrás suyo. Las piernas las tengo como rocas y hasta me cuesta ir cogiendo bien la respiración. No sé si será la piscina o que llevo muchos días sin tomarme una jornada de descanso y me está pasando factura.

Paramos en una fuente en el km.3´5 y no me apetece seguir. La cabeza me tienta para darme media vuelta pero, como estoy acompañado, no me queda más remedio que continuar. A mitad de recorrido llego de la misma forma: penando bastante. La cuestecilla de Euskalduna hace que ni siquiera pueda seguir a mi compi. ¡Uy, qué mal!

Ya de vuelta a casa, quizá porque vamos charlando algo y casi ni me doy cuenta, llegamos al Arenal y me encuentro bastante mejor. Me suele pasar. De inicio la cabeza envía señales de rendición pero, al ver que no tiene éxito, cambia el mensaje por uno más del tipo ¡qué le voy a hacer! y es ella quien claudica.

Al final, la salida llega a los nueve kilómetros. Es suficiente para mí y tampoco estoy para hacer más. A ver si, dentro de un par de días, me meto un par de cuestas para preparar las piernas para las duras rampas que me encontraré este sábado en Zeberio.

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