El embalse de Mauvoisin

Estoy en Francia, en Chambéry. Toda la noche se ha estado lloviendo a mares y apenas he podido pegar ojo del ruido que hacía sobre el coche. Rayos, truenos, ..., ¡vaya forma de jarrear! No hace falta que suene el despertador para levantarme y ver que el día de hoy está perdido. Desayuno tranquilamente, me lo pienso un rato y, como esta etapa francesa me queda muy bien como punto intermedio de algún otro viaje a los Alpes, no me importa dejarla sin hacer. Decido proseguir el viaje hasta el punto de la tercera etapa: Martigny. 

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Embalse de Mauvoisin Martigny 68 km 1500 m+ IR


No para de llover en todo el trayecto. Llego a Suiza y, como ya me conozco bien la localidad de Martigny por haber hecho varios puertos en ella, tiro directo para aparcar tras las gasolineras que hay en la rotonda de inicio del Gran San Bernardo, coincidente con el inicio de La Forclaz y de mi primera subida de mañana: el Barrage de Mauvoisin.

No puedo salir del coche porque sigue lloviendo. Me preparo la comida y, aburrido como estoy, decido acercarme al centro del pueblo para hacer un poco de turismo. Me doy cuenta de que no me he traído ningún paraguas por si algún día me salía malo y me pongo el chubasquero de la bici. Cada vez llueve menos y es soportable pero estoy muy intranquilo. Creía que había pillado una buena horquilla de quince días con buen tiempo y esto no entraba en los planes.

En la plaza central de Martigny descubro que hay wifi gratis. Están montando un chiringuito para fiestas y me siento en una especie de parada de autobús para no mojarme y trastear un poco en Internet. Miro en Meteoblue y dan mejoría para la tarde. Son algo más de las 15:00 horas y empiezo a ver la posibilidad de hacer Mauvoisin y quitármelo para mañana.

Ni me lo pienso. Salgo corriendo para el coche, que lo tengo a unos dos kilómetros del centro, y me preparo para hacer esta subida. Es larga y, pensándolo bien, me vendrá perfecto para acortar la dura etapa de mañana y para entretenerme algo. Entre que me visto, saco la bicicleta y todo, empiezo a subir por la carretera que se dirige al Gran San Bernardo pasadas las cuatro de la tarde.


Esta zona me la conozco de descender por ella en mi primer viaje alpino pero no la tengo muy fresca y me resulta como nueva. Transito junto al río La Dranse que baja muy crecido por las fuertes lluvias que han caído hasta hace bien poco.


Dejo la carretera del Gran San Bernardo a la altura de Sembrancher, tras una decena de kilómetros con escasa pendiente. El paisaje cambia totalmente, pasando de un angosto desfiladero a un verde valle mucho más amplio.


La pendiente también se ve incrementada pero se mantiene constante en porcentajes cómodos. Aparece uno de estos trenes rojos tan chulos que abundan por la zona.


Llego a la localidad de Bagnes con el cielo mucho más abierto. Empiezo a ver la luz porque estaba muy preocupado. Para mañana se espera un tiempo maravilloso.


Entro ya en la última parte de la ascensión. Atravieso una pequeña población, con sus típicas construcciones de madera, con banderas suizas por todas partes y con el objetivo puesto en aquellas montañas nevadas del fondo.


Dos ciclistas salen de entre una de esas casas y se me ponen a rueda. Acontece una de esas anécdotas que recuerdas por mucho tiempo, ya que no me saludan y, después de cogerme, no hacen nada por seguir su ritmo. Solo se mantienen tras de mí.


Llega un tramo con algo más de dureza y oigo el típico clack de bajada de piñones y me pegan un hachazo que lo flipo. Cosa extraña.


Me había alegrado mucho ver el cielo despejado pero por la parte alta se empieza a cubrir bastante y hasta hace fresco. Hace un rato que no veo a los dos ciclistas y que sigo a mi propio ritmo.


Pero no les ha debido ir bien el ritmo del ataque y llego a su altura antes de pasar por unos túneles de piedra. En estos días voy a tener túneles a patadas.


Yo debo ser de otra pasta porque, en cuanto llego a su altura, les lanzo un saludo y pedaleo a su par. Resulta que son ingleses, algo que abunda últimamente. Se ve que el ciclismo profesional tiene mucha influencia aunque no transmita unos valores más propios del cicloturismo.


Seguimos los tres juntos hasta que uno de ellos peta y se va quedando. Su compañero parece quedarse con él pero, unos metros más adelante, vuelve a meter un hachazo y se va alejando de mí. Yo flipo mucho con estas cosas.


La presa aparece ante mí por primera vez. Es una pasada de visión y hay que subir hasta allí arriba en la parte más dura de los más de treinta kilómetros.


Es la parte más guapa de la subida. Llego a Mauvoisin, que son dos casas, y veo que el inglés anda perdido por allí, mientras yo sigo por la carretera que sube al embalse, como me dicta el GPS. He hecho un buen trabajo previo de localización y lo llevo todo bien registrado en los mapas para no andar perdiendo el tiempo con chorradas.


Los últimos metros son por un túnel excavado en la roca con dos portones tremendos a la entrada y a la salida. Por suerte, está bien iluminado y el piso está perfecto.


Dejo apoyada la bici en la puerta y sigo caminando por la presa disfrutando de las vistas del valle, de las imágenes dispuestas por ella y de la visión de las montañas nevadas sobre el agua embalsada. En total soledad, es un momento muy guapo.


El descenso es muy largo. Ni huella de los ingleses en la bajada. Llego al coche con algo de frío porque mi maillot largo no es transpirable y he acumulado mucho sudor en la subida. Me cambio, meto diez euros de gasolina y me acerco con el coche hasta el centro de Martigny, ya que tengo Wifi gratis. Vuelvo a mirar el tiempo para mañana, aprovecho para hablar con casa a través del Skype y me marcho para mi siguiente localidad de base: Sion. Allí estaré dos días, así que toca descansar de tanto viaje.

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