Tras el Tour de Francia

He dormido muy mal y eso no me agrada nada. Esperaba hacerlo a pierna suelta porque tuve que madrugar mucho ayer para el viaje pero, entre que hace mucho calor y que no paraba de llegar gente al aparcamiento en el que me encuentro, apenas he cerrado los ojos a ratos. El despertador suena temprano, a eso de las 05:00 de la mañana. Quiero desayunar fuerte y salir con la primera luz del día para regresar pronto y poder dormir bien esta tarde para salir al Mauna Kea a las 00:00 horas.

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Tras el Tour de Francia Arreau 115 km 2340 m+ IR

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Para las 07:00 de la mañana, algo más tarde de lo debido, ya estoy preparado para salir. Junto a mí han dormido muchos en sus coches, furgonetas y tiendas de campaña. El Tour de Francia es un reclamo muy fuerte para los aficionados al ciclismo.


Empiezo la ruta con el tramo de descenso hacia Lannemezan. Ya hace un calor sofocante a primera hora de la mañana y viajo solo con el mono de triatlón. Llevo los manguitos en el bolsillo, por si acaso, pero cuando me los he puesto al principio no los soportaba porque tengo los brazos quemados de ayer. Hoy me he echado ración doble de protector solar.


Dejo la carretera principal (por la que no dejan de pasar furgonetas de gendarmes, ambulancias, vehículos de sponsors, ...) y giro hacia el este para encaminarme hacia Mauléon-Barousse para ascender al Port de Balès por la vertiente que me falta, esa que dejé hace poco más de un mes a cuatro kilómetros de la cima porque estaba cortada por la nieve.


Este tramo es muy tranquilo. Me mantengo rodeado de campiñas en esta llanura y solo algunos pequeños repechos me obligan a cambiar un par de piñones. No pasa ni un coche y solo coincido con otro ciclista que me adelanta como un avión.


Llevo unos cuarenta kilómetros cuando diviso la catedral de Saint Bertrand de Comminges en lo alto de una loma. Me llama mucho la atención y decido hacer la subida, de apenas un kilómetro.


Solo son dos rectas a algo así como un 6% que no me supone ningún esfuerzo adicional y que me llevan a matar mi curiosidad.


La ciudadela fortificada es muy coqueta. Sale un grupo de ciclistas, justo a mi llegada, de un hotelillo que hay en el interior.


Estas villas francesas de aspecto tan medieval tienen un gran encanto. La catedral queda escondida y callejeo para encontrarla.


La estrechez de las calles y lo pequeña que es la plazuela de la entrada de la catedral me impiden sacar una foto completa de la fachada. Muy satisfecho con el desvío que acabo de tomar, vuelvo a bajar a la vía principal para seguir mi camino.


Poco después, llego a Mauléon. Supuestamente, aquí está localizado el inicio de Balès, aunque los primeros kilómetros son muy muy suaves.


Nada que ver el día con el que tuve hace poco en esta misma carretera. El calor es impresionante, no corre nada de aire y me temo lo peor. Me queda medio bidón y no recuerdo haber visto fuentes por ninguna parte.


La primera parte es tan floja que no me supone ningún esfuerzo. Además, hay sombras suficientes como para que la subida sea bastante fresca, lo que me permite ahorrar bebida en gran medida.


Ya en la segunda mitad, la cosa cambia. Los kilómetros completos al 9% se suceden y las sombras son más esporádicas, lo que termina con mis reservas de líquido en poco tiempo. Voy buscando chorros por las piedras casi desesperado.


Hasta que paso la barrera canadiense y, en una gran curva de vaguada, baja un arroyo tremendo cargado de agua fresca. Ahí tumbo la bicicleta y me voy como loco a refrescarme y a llenar el bidón hasta los topes.


Los minutos de relax me vienen de maravilla para afrontar los últimos kilómetros, los más duros de todo el puerto pero también los más hermosos.


Hasta aquí llegué la otra vez y me tuve que dar media vuelta por culpa de la nieve. Hay que ver qué diferente es hoy.


Empiezo a divisar la cima del puerto. Hay un momento en el que se alcanza mucho tramo con la vista y diviso a un ciclista que parece no carburar mucho.


Cada vez me acerco más a él. Yo no voy muy rápido, así que tiene que ir muy petado el pobre. Las vistas empiezan a ser colosales.


A falta de poco más de medio kilómetro le voy a dar alcance pero decido detenerme para que no parezca que le voy a adelantar en la línea de puerto, no sea que piense que me he pegado calentón para eso. Le doy unos metros, saco un par de fotos del paisaje, entro tras él y, cuando le voy a saludar, agacha la cabeza y se desvía hacia los coches.


No le doy mayor importancia y sigo hacia delante. La vertiente de bajada ya la tengo hecha y solo paro para retratar el valle y para sortear a las ovejas.


Cuando llego a la carretera del Peyresourde, me la encuentro cortada. Hay un montón de gente, lo que me indica que el Tour de Francia está a punto de pasar.


Me cuelo entre unas vallas y empiezo a subir, con la idea de pararme cuando la carrera me obligue a ello.


Hasta que un gendarme me obliga a detenerme o a ir andando porque el puerto está ya cerrado. Aprovecho una sombra para disfrutar un rato de la caravana publicitaria. Me dan un botellín de agua fresca y me tiran un paquete de gominolas que me vienen de cine para postre tras el avituallamiento. También me duchan con una manguera, algo que agradezco sobremanera.


Empiezan a pasar los coches de equipo. A estos de naranja creo que se les ha terminado el chollo de que les pague yo la gasolina y, si quieren seguir haciendo turismo, la tendrán que pagar ellos.


Pasa un buen rato y por aquí no hay ciclistas ni nada. Le pregunto a un paisano si sabe cuánto falta para que llegue la carrera y, cuando me dice que más de una hora, me quedo alucinado. No entiendo que no pueda subir en bici, si no molesto a nadie yendo con cuidado por una esquinita. Empiezo a subir andando hasta que pierdo de vista a los gendarmes y puedo volver a montar.


Un chico y una chica que van de viaje alforjero coinciden conmigo y juntos subimos escaqueándonos de los gendarmes como podemos. A la que vemos a uno, nos ponemos a caminar antes de que nos venga a dar el alto. Lo peor son los pasos por las aldeas, donde están cortando los accesos.


Llegamos cerca de Garin y un gendarme nos dice que la carretera estará cortada también cuando pase la carrera, hasta casi las cinco de la tarde. Lo primero que pienso es que este tío lo flipa y le digo que solo quiero tomar el desvío del Portet de Luchon, que está a punto de llegar. Es parisino y no conoce el puerto, así que no me deja pasar montado y lo tengo que hacer andando. En cuanto le pierdo de vista me pego un arreón para desviarme, no sin que un par de gendarmes me lo vuelvan a poner difícil hasta para ir por una carretera por la que no va la carrera.


¡Joder, qué pesados! Necesito descansar esta tarde y me lo están poniendo complicado. Por lo menos, ahora que me he metido por esta variante, podré empezar lo más arriba posible cuando reabran la carretera.


Llego a Portet de Luchon mucho más tranquilo. Hace muchísimo calor pero me he refrescado bien en las numerosas fuentes que hay en el Peyresourde. Si hay algo bueno en este puerto es la abundancia de agua fresca.


Me falta poco para empalmar con la carretera del puerto y empiezan a oirse los helicópteros. Se ven como media docena apuntando a la carrera y creo que coincidiré con la teté de la course.


En el empalme hay un montón de vehículos aparcados y, de ahí para arriba, hay un gentío tremendo. Solo espero pillar una sombra para esperar a que pase todo.


Justo nada más tirar la bici junto a un árbol, llega el grupo de escapados ...


... al que le sigue este tío ...


... y todo este pelotón.


Me estoy achicharrando y decido moverme hasta una sombra muy rica que ofrece una autocaravana aparcada en el arcén. Siguen pasando ...


... y yo de ellos ...


... hasta que veo un coche de cierre de carrera. Sin pensármelo un segundo, antes de que ningún gendarme me lo impida, tiro para arriba mientras la gente desciende a pata o en bici.


En la cima del puerto me vuelven a parar y no sé cómo logro convencer a un gendarme para que me deje descender. En principio no parecía muy receptivo pero se pone a hablar por el walkie y me da vía libre.


Consigo llegar a Arreau bastante más tarde de lo previsto. La carrera va por Azet y Hourquette, así que me temo que no pueda cruzar para ir a Saint Lary. Decido comer aquí y esperar a que abran la carretera de nuevo para volver a mi punto de salida del Mauna Kea.


Meto el coche en la única sombra que hay pero no hay quien pegue ojo. Hay un autobús de una empresa de estas que diseñan recorridos para ciclistas y que les ofrecen todo el apoyo del mundo. Saldrá muy caro pero así ya se puede. Cuando termina la etapa y van regresando, ellos se van en el autobús mientras los de la empresa les lavan las bicis, las reparan, las engrasan, ... ¡Una pasada!


Ya muy tarde, después de charlar con unos asturianos que han venido a ver el Tour, con una caravana de coches increíble en dirección a la autopista de Pau, consigo llegar a Saint Lary Soulan. Espero dormir tres o cuatro horas antes de que suene el despertador a las 23:00 horas.

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