Lamerse las heridas

El sábado fue un día duro pero nada comparable a las secuelas que me está trayendo. La herida del talón sigue en sangre viva pero la piel crece rápido y parece que puedo andar, así que decido acompañar a Amaia en su ración de cuestas por el parque de Ollargan.



Son diez kilómetros en los que me cuesta seguir su ritmo. Voy corriendo con el gesto raro, pisando de la manera en la que pueda evitar la herida. Por suerte, está un poco elevada en el talón y escapa a la pisada, por lo que las zapatillas anchas de correr por asfalto no me hacen daño. Cada vez que la cosa se pone para arriba, en los doscientos metros de desnivel que tiene la vuelta que damos, siento un gran alivio, todo lo contrario que en las bajadas, donde veo las estrellas. Buena salida pero sufriendo y llegando con unas gotas de sangre en el calcetín.

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